Absorta en sus pensamientos, nada —ni siquiera el niño que arrojaba papeles al aire— era capaz de llamar su atención. Otros pasaban delante y detras de ella y subían a sus respectivos colectivos; otros se acercaban al poste llevados por la curiosidad. Ella se mantenía con la mirada al frente, inmutabe, como mirando un punto lejano.
No le interesa, pensamos. Como seguía firme e imperturbable dejamos de mirarla. Y pasó lo inesperado. Vino su colectivo —de la sorpresa perdimos ese dato, pero debiera ser un 15 de ramal infrecuente—, la madre y el niño que arrojaba papeles al aire subieron y ella se prestó a subir detrás de ellos. Entonces recién en ese momento, cuando faltaban segundos y centímetros para subir, con un movimiento rápido y certero, ella, arrancó una hoja del block que flameaba y subió, satisfecha con su adquisición. Su reacción fue tan rápida que no pudimos registrarla como hubiéramos debido. Estábamos, al fin de cuentas, ahí para eso, pero apelamos a la buena fe de quien nos lee para que nos crea: ella llevaba el pelo atado con un rodete —fantaseamos con que fuera una bailarina—, una mochila gris pequeña y zapatillas blancas. No pudimos verla más que de espaldas y, fugazmente, de perfil, pero ella, créannos, existió. Y se llevó Llanura para el viaje.
No le interesa, pensamos. Como seguía firme e imperturbable dejamos de mirarla. Y pasó lo inesperado. Vino su colectivo —de la sorpresa perdimos ese dato, pero debiera ser un 15 de ramal infrecuente—, la madre y el niño que arrojaba papeles al aire subieron y ella se prestó a subir detrás de ellos. Entonces recién en ese momento, cuando faltaban segundos y centímetros para subir, con un movimiento rápido y certero, ella, arrancó una hoja del block que flameaba y subió, satisfecha con su adquisición. Su reacción fue tan rápida que no pudimos registrarla como hubiéramos debido. Estábamos, al fin de cuentas, ahí para eso, pero apelamos a la buena fe de quien nos lee para que nos crea: ella llevaba el pelo atado con un rodete —fantaseamos con que fuera una bailarina—, una mochila gris pequeña y zapatillas blancas. No pudimos verla más que de espaldas y, fugazmente, de perfil, pero ella, créannos, existió. Y se llevó Llanura para el viaje.
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